Hace muchos, muchos siglos,
construí una gran torre de marfil
y me encerré en sus ocultos aposentos
para alejar de mi al monstruo vil
que había robado la llave de mis sueños
con polvo de estrellas y flores de azahar
que perfumaban las estancias de aquel lugar.
Más no podían del todo remediar el mal
de aquel robo premeditado y vulgar
de la recóndita luz que brillaba en el centro
de aquel corazón bajo el pecho agraviado
perteneciente a una niña que perdió un día
sus sueños a manos de un mal hado
a sus paredes oscuras me fui acostumbrando
y el código que desentrañaba fui olvidando
del mágico lenguaje de los sueños y pasiones
prueba fehaciente del alma y sus ilusiones
y mi alma fue ensordeciendo, mi voz enmudeciendo.
Vivía por vivir, sin confiar en mi propio sentir.
Fui olvidando quién era, el ser enloqueciendo,
sometiéndose a cualquier imitación de vida
del centro de ese secreto lugar en ninguna parte
y rasgaban la oscuridad, filtrándose con gran arte
para infundir al momento de vida y pasiones,
rápidamente perdidas y olvidadas en un rincón
irrumpió con su risa y agitó con sus sombras,
despertando un lenguaje olvidado en el oprobio,
estremeció los cimientos de la torre y su historia
y abrió la puerta del dormitorio
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